ZALACAÍN EL AVENTURERO
de
Pío Baroja
Es la historia de Martín Zalacaín, un joven vasco natural de Urbía, un ejemplo de héroe rural encumbrado por su forma de vivir y su singular persona.
Pronto quedó huérfano de padre y después también de madre. Fue educado de una manera especial por su tío abuelo, Miguel de Tellagorri, que se encargó de él y de su hermana Ignacia a la extraña muerte de su madre tras un espectáculo de titiriteros, en el que conoció a Linda, una joven que se volvería a cruzar más tarde en su vida.
Al tiempo, el viejo Tellagorri caería enfermo, y a su muerte, Martín hubo de encargarse de su hermana, a la que dejaría a cargo de Dña. Águeda, de los Ohando. Martín era odiado por su hijo, Carlos Ohando, y mantenía noviazgo con su hija Catalina.
Más tarde, Ignacia se casaría con Bautista, un amigo de Martín, y se iría a vivir con éste a Zaro, un pueblecito vascofrancés.
No mucho después, daría comienzo la última guerra carlista, pero Martín, Bautista Urbide y otro colega, Capistun, continuarían con su negocio de contrabando a través de la frontera francesa y la española. En una de sus expediciones fueron sorprendidos en el monte por una fuerte tempestad que les obligó a refugiarse. Al amanecer, unos disparos desde el cercano pueblo de Vera, llamaron su atención. Martín y Bautista descendieron hasta el pueblo, donde fueron incluidos a la fuerza en la partida del Cura. Estuvieron unos días en una posada hasta que la partida se encaminó a detener una diligencia. Después de parada ésta y los ocupantes apresados, Martín, Bautista, un tal José, un francés, una joven y su madre huyeron en la confusión. Martín fue herido pero todos consiguieron llegar al pueblo de Hernani con ayuda de una compañía. La Srta. Rosa Briones, a la que había salvado y de la que guardaría gratos recuerdos, se ocupó de él.
Tiempo después, en Socoa, Martín aceptaría el peligroso trabajo de conseguir que unas letras fuesen firmadas por importantes militares carlistas y por el propio Carlos, dado el elevado sueldo y su falta de compromiso con nada. A pesar de todo, Bautista decide acompañarle.
Por las primeras villas que pasan logran las firmas sin más dificultades pero sería en Estella donde la empresa se complicaría, y donde volvería a encontrarse con Carlos Ohando y el periodista francés que había compartido huida con él en Hernani; la providencia haría que estos dos personajes coincidieron innumerables veces. Así todo, Martín conseguiría las cartas firmadas, pero dormiría un día en la cárcel de la cual acaba escapándose y además, saca a Catalina del convento donde la habían recluido. Al final, huirían los tres, Catalina, Martín y Bautista en una diligencia, librándose de varios perseguidores hasta llegar a Logroño.
En Logroño, entraron en el cuartel. Gracias al uniforme de general del que Martín se había apropiado y a su amistad con la familia Briones (el padre era capitán) son dejados en libertad y Martín invitado por el capitán a comer.
De la casa de los Briones no salió hasta entrada la noche y recorrió todos los albergues en busca del resto del grupo y con especial atención a Catalina. Poco después es invitado también por la joven Linda, que había conocido tiempo atrás y de la cual no se libraría en unos días, tras lo cual daría con Bautista, en Logroño buscándole.
Catalina se encontraba en Zaro y tras perdonar a Martín se celebró su boda. Poco después la guerra se daba por acabada.
Un día Catalina y Martín, de viaje cerca de la frontera, pararon en una posada donde se encontraron de nuevo con el extranjero y más tarde con Carlos Ohando y un amigo, el Cacho. Éste indignado por los actos de su hermana entra en pelea con Martín y cuando el primero estaba ya vencido, el Cacho dispara a Martín, que muere casi en el acto.
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